viernes, 25 de julio de 2008

Abalear, o cómo salir del atasco

Silvia veía las filas interminables de coches: delante, detrás, a un lado, a otro… miles de hormigas de metal, a ratos paralizadas, a ratos avanzando a trompicones, pero muy despacio, sin oportunidad de cambiar el rumbo. Todas las mañanas igual, atascos infinitos para llegar al trabajo. Y cada tarde, la misma cantinela para volver. Parecía que su vida no era más que una sucesión de atascos, de tiempo perdido parada, avanzando a paso lento, utilizando el doble, el triple… diez veces más tiempo del realmente necesario para llegar.

Vivía en un atasco. En realidad, pensó, no sólo se trataba de las horas encerrada en el coche: toda su vida era un atasco. Una sucesión de obstáculos, de montones de tierra en el camino, de barullos de ilusiones, de torrentes de palabras en los que la fuerza de la corriente no permitía encontrar las adecuadas… siempre esforzándose por rodear, subir, bajar, buscar en medio de la maraña. Siempre varada, sin conseguir avanzar o, al menos, hacerlo a una velocidad normal.

Perdía horas interminables comparando, dudando, revolviendo, desenredándose. Pasaban los minutos, los días, las semanas, los meses… los años, y no conseguía acercarse más a su destino. Los trabajos iban desfilando, complicados, diferentes, aburridos, estresantes, pero sin acabar de llenar, sin permitirle desarrollar todo su potencial, sin disfrutar.

Las relaciones –familia, amigos, parejas- tropezaban unos con otros, se empujaban, gritaban, apartaban, escondían, desaparecían, imponían…

Sus pensamientos y el calor del asfalto que subía inexorable desde las llantas derretidas hasta las manos crispadas sobre un volante inútil, hasta la cara de mirada perdida en un lejano horizonte lleno de multicolores insectos metálicos, acabaron produciendo en Silvia un deseo de huir en busca de aire fresco. Total, bien podía descansar media hora en el arcén, junto a esas plantas y ese oasis de césped, su coche y los demás seguirían en el mismo sitio.

Junto al camino empezó a jugar con la tierra y las ramas. Hacía montoncitos, los aplastaba, trazaba dibujos caprichosos con los dedos, sorteaba los obstáculos que iba hallando (trocitos de piedra, hierbas). El montoncito acabó convirtiéndose en un pequeño montículo que Silvia removía ajena a los cláxones, las emanaciones de los tubos de escape y gritos de los conductores. Seguía “trabajando” la tierra como si fuese la masa de un pastel (uno de sus pasiones ocultas, la de amasar, para relajarse), mientras seguía apartando todo lo que le molestaba. En un momento, sin pensarlo siquiera, agarró una de las ramas de esas resistentes plantas que flanqueaban la carretera y la utilizó para separando la arena fina de la gruesa, los “grumos” de su particular masa, hasta dejarla limpia, manejable, perfecta, como ella quería, en la que trazó nuevas rutas, ahora sí sin obstáculos, por las que pudieran pasar agua, hormigas o sueños.

Una sonrisa fue iluminando su cara y, casi al mismo tiempo, vio cómo los vehículos empezaban a despertar del letargo y a moverse. Corrió hacia el suyo y a los pocos minutos el viento movía su melena que corría por la carretera al fin despejada.

Y mientras se dirigía al final de su camino de hoy, Silvia pensaba que tenía que buscar la cribas y la escoba que le permitieran separar el trigo de la paja, apartar lo innecesario y quedarse con lo realmente importante en su vida.

Abalear: Separar del trigo, cebada, etc., después de aventados, y con escoba a propósito para ello, los granzones y la paja seca.

Abaleo: ...Escoba con la que se abalea. Nombre común a varias plantas duras y espinosas de que se hacen escobas para abalear.

Granzón: Cada uno de los pedazos gruesos de mineral que no pasan por la criba. Arena gruesa. (Pl.) nudos de la paja que quedan cuando se criba, y que suele dejar el ganado en el pesebre.

RAE

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen texto, y muy apropiados esos significados, ahorran unas vistas a wikipedia..:)