lunes, 29 de octubre de 2007

Palabras perdidas

"Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde"

André Gide

¿Muchas?, muchísimas. He perdido la cuenta de las frases no pronunciadas, por no ser capaz, por no reaccionar, por no atreverme... y sobre todo por no encontrar las palabras adecuadas (también por eso tantas otras veces he dicho lo que no debía, lo que no sentía).
Es curioso que una persona que adore tanto las letras, que viva de jugar con el lenguaje, que dedique tanto tiempo a beber de los libros, sea en ocasiones tan incapaz de hallar y pronunciar los vocablos correctos.
Aunque sepa que las palabras son como perlas cultivadas, perfectas, que se combinan al engarzarse para formar el collar del pensamiento. A veces mis ojos se quedan ciegos y no encuentran la siguiente perla, o mis manos torpes las dejan caer...
Esa distancia que separa la razón del corazón, me congela a veces el sentido del habla, me deja muda, paralizada, desmemoriada o confundida. Balbuceo, confundo los vocablos que el alma me apunta, me callo, me equivoco... y sólo cuando pasan las horas o los días, vienen a mi mente, a mi garganta, las palabras perfectas. Repica el eco de esas palabras no usadas al caer en el suelo desierto de mi cabeza aturdida.
Y repaso mil y una vez lo que debería haber dicho, mi cabeza resuena con los vocablos no pronunciados, grito en silencio o, como mucho, cojo una pluma para trasladar al papel lo que mi boca no supo pronunciar.
Sólo que, muchas veces, es demasiado tarde y únicamente queda la opción de esforzarse por dominarse a una misma para la próxima vez ser capaz de decir lo que una tiene que decir cuando debe hacerlo.

lunes, 15 de octubre de 2007

Para mis duendes...

Hay gente que con solo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con solo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas;
que con solo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
llega hasta los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda, después, como si nada.
Y uno se va de novio por la vida
desterrando la muerte solitaria
pues sabe que, a la vuelta de la esquina,
hay gente que es así, tan necesaria.

Hamlet Lima Quitana
Berenice me ha prestado estos versos que definen mucho mejor que yo a mis duendes, a todos los que hacen mi vida un poco más feliz, un poco más plena, sólo por existir y haberse cruzado conmigo... A los que me hacen sonreír, a los que me dejan llorar, a los que tienen paciencia, a los que me hacen querer, a los que me dejan poder... en definitiva a los que se han asomado a mi vida y representan la luz detrás de las nubes... No siempre los veo, no siempre los escucho, pero sé que están, menos mal que están, qué suerte que estén!!!

lunes, 8 de octubre de 2007

Rompecabezas

Me gusta hacer rompecabezas. Me tranquiliza concentrarme en ir buscando cada una de las piezas, examinarlas con cuidado y buscar el hueco en el que encajan. A pesar de lo impaciente que pueda ser para otras cosas, puedo pasarme horas y horas buscando, moviendo, girando, probando...

Y a veces tengo la sensación de que la vida, o al menos mi vida, es también como un puzle, con miles de minúsculas piezas que están desperdigadas y que hay que hacer encajar en su lugar. Y, al igual que con al pasatiempo, cuando más complejo, de más piezas... mejor.

Lo que pasa es que, según voy completando el puzle, o al menos grandes partes, es como si un niño travieso se divirtiese en deshacerlo, en mezclar de nuevo todas las fichas, para obligarme a empezar de nuevo.

Y así paso el tiempo, recomponiendo la vida, pieza a pieza, empezando nuevos ciclos. Es duro reconstruir, asusta cada nuevo comienzo, da vértigo asomarse al abismo al que hay que lanzarse.

Pero, igual que cuando se empieza un nuevo juego, se recuerdan las claves que da la experiencia (buscar las esquinas, luego los bordes, agrupar en montoncitos las piezas iguales...), trato de hacerlo sin olvidar lo aprendido, con el corazón y la mente abiertos para absorber nuevas enseñanzas.

Y así estoy ahora empezando de nuevo a montar las piececitas de mi rompecabezas. Iré paso a paso, con calma, procurando terminar áreas pero sin dejar de ver el resto de piezas que quedan sueltas, hasta que un día logre rellenar todos los huecos, encajar todas las piezas y dejar ver la imagen escondida que hay debajo.

miércoles, 3 de octubre de 2007

El lugar en la historia

Mi padre me explicó una vez que hay tres clases de hombres: los que cuentan su historia, los que no la cuentan, y los que no la tienen.

Lo que no me dijo (y descubriría yo solita unos años más tarde) es que también hay tres clases de mujeres: las que actúan en esa historia, las que presencian la escena de lejos, y aquellas que escuchan a los hombres narrarles historias en las que siempre aparecen otras.

Tomo prestada una explicación que me permite entender tantas cosas. Y ahora, habrá que cambiar de lugar en la historia. Me encanta el cine, y el teatro, y los libros... disfruto viendo, escuchando, soñando... pero aún recuerdo cómo hace siglos vibraba al subir al escenario... Quiero volver a ser protagonista, de mi vida, de la vida.

lunes, 1 de octubre de 2007

Cuestión de piel

Hay cosas que se escapan a la lógica, reacciones que no siguen ningún patrón racional. Hay lugares, personas, situaciones... que nos producen un encantamiento especial, que nos generan vibraciones positivas, que nos hacen sentir cómodos, a gusto... Otros, en cambio, provocan el efecto contrario: sin ningún motivo aparente, sin elementos objetivos, provocan nuestro rechazo.
Yo lo llamo cuestión de piel... De igual modo que no podemos controlar el rubor, que determinadas situaciones nos ponen el vello de punta sin que podamos evitarlo, que los escalofríos son incontrolables... reaccionamos mal con ciertas cosas, incluso si no siempre nos damos cuenta, y aunque hagamos todos los esfuerzos posibles porque no sea así.
Una ciudad con historia, con zonas bellas, que atesora vivencias, que mira al futuro... puede hacerme sentir tan incómoda... Es como cuando vas de vacaciones a casa ajena, a un edificio espectacular... en el que por fabuloso que sea, por bien que quieran tratarte... no acabas de sentirte a gusto, siempre con la sensación de ser un invitado, de estar de paso... en definitiva, de no estar en casa.
Es cuestión de piel... una incompatibilidad de la que no acabas de ser consciente, pero que tiene mucho que ver con los nervios, con la impaciencia, con los estallidos de cólera, o de llanto... Espacios que convierten nuestros pies en pesadas losas que cuesta arrastrar, que nos roban la energía.
Sin embargo, existen otros lugares que -independientemente de que sean puro caos o calma infinita- son como un colchón de nubes de algodón... generan calma, paz, aligeran nuestros pasos y nuestros corazones, alimentan nuestras fuerzas... hasta límites insospechados porque ¿tiene algún sentido lógico que sólo con poner el pie en uno de esos lugares te cambie la cara, olvides los miedos, cambie tu cuerpo y hasta se alise tu piel?. Abres la puerta y entras, por fin, en tu hogar!!!
Como no siempre se puede vivir en esos refugios, como hasta es posible que su poder radique en la excepcionalidad de las visitas, yo procuro dar una vuelta alguna noche en sueños por sus calles o sus árboles, y cada cierto tiempo, sanador, pisar sus adoquines, su césped, su arena.